Con gran sentido de la oportunidad mi amigo Antonio Ubilla Mancheno, el mejor estadístico del fútbol ecuatoriano y mundial, me recuerda en un mail que hoy se cumplen 39 años que River Plate, el mejor equipo argentino del siglo XX, se ganó el mote de “gallinas”, algo que nunca les ha parecido gracioso a los fanáticos de “La banda roja”, entre los que están mis compadres Manuel Floril y Polo Ruíz.Después del suceso que voy a contar, cada vez que se juega el clásico con Boca Juniors, los seguidores xeneises acostumbran a echar al campo varias gallinas blancas a las que les pintan un listón rojo. River nunca ha sabido como desquitarse de la afrenta.
Nadie puede negar la grandeza de ese equipo glorioso que empezó a ganar títulos cuando llegaron a sus filas Carlos Peucelle y Bernabé Ferreira. Aquel que agigantó su historia con la aparición de “La máquina”, un elenco en el que destacaba su delantera maravillosa de Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau, a la que sucedió otra vanguardia legendaria a la que me tocó ver en el Estadio Capwell en mi primera temporada tribunera: Vernazza, Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau.
Pero un baldón en la lujosa andadura de River lo fue aquella Copa Libertadores de 1966 cuando debió definir el título con Peñarol de Montevideo.
En el primer encuentro de definición, el 13 de mayo, cayó River en el Estadio Centenario por 2 a 0. En la revancha en el Monumental, el vencedor fue River por 3 a 2. No era tiempo del “gol diferencia”, así que fueron a un tercer partido en cancha neutral.
El 20 de mayo del 66, en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, ante 90 mil personas, River saltó al campo de juego con Carrizo; Matosas, Vieytes y Saíz (Lallana); Sarnari y Grispo; Luis Cubilla, Jorge Solari, Daniel Onega, Ermindo Onega y Pinino Mas. Por Peñarol alinearon Mazurkiewicz; Lezcano, Nelson Días (Tabaré González) y Forlán; Tito Goncalvez y Caetano; Abbadíe, Rocha, Pocho Cortes, Alberto Spencer y Juan Joya.
River se puso en temprana ventaja por 2 a 0 y empezó a celebrar su primera Copa. Carrizo, famoso por sus actitudes “cancheras” hizo una de las suyas: paró con el pecho un tiro de Spencer. El gesto encastó al equipo uruguayo que atacó con furia hasta empatar el encuentro.
Todavía se celebraba entre los argentinos porque se decía que Peñarol era un equipo veterano y que no iba a aguantar los dos tiempos suplementarios. Pero el legendario Peñarol tenía un líder, Tito Goncalvez, para empujar a sus hombres. Y contaba con un goleador de raza, incomparable por su velocidad, su dominio del balón y sus cabezazos certeros que ya había marcado uno en ese partido: Alberto Spencer. En esos 30 minutos adicionales el ecuatoriano puso otra anotación y Pedro Rocha cerró la pizarra para un 4 a 2 que entró en la leyenda.
“Spencer ganó el partido” dijo El Gráfico que criticó la falta de entereza de la gente de River para sostener el marcador en un encuentro que les era ampliamente favorable, hasta que surgió la bravura de los uruguayos.
Los enemigos de River, unos que juegan con camiseta azul y amarillo, fueron al aeropuerto y en plena sala de aduanas les echaron a los riverplatenses las gallinas blanco y rojo que desde entonces se hicieron famosas y que dieron origen al apodo.
Hoy se cumplen 39 años de esa gesta futbolística y después de cinco días estará en Nueva York Alberto Spencer para recibir un homenaje de los ecuatorianos y los uruguayos.
Información sobre el acto que organiza la Fundación Alberto Spencer de Nueva York se da en los teléfonos (718) 938-0108 o (646) 642-8420.