: Cómo estamos formando a nuestros ingenieros es la pregunta que de seguro ronda por estos días en las universidades. En Chile la discusión sobre cómo responder a las demandas de profesionales que requiere el siglo XXI recién comienza y, tal vez, uno de los mayores desafíos hoy, es cómo adentrarnos en la tarea de ajustar los contenidos de nuestros planes de estudio para formar una nueva generación de innovadores en esta área. Los representantes de las empresas y el mundo de la academia coinciden en que este punto es vital para el desarrollo productivo del país, siendo necesario que esta nueva educación de la ingeniería implique que los universitarios se involucren en actividades que prefiguren su trabajo en las empresas desde el primer momento en que inician sus carreras, y no sólo una vez que se insertan al mundo laboral. Cuando diversos estudios indican que todas las competencias técnicas son adquiridas en el pregrado y las de tipo personal e interpersonal se aprenden fuera de la Academia, la formación de competencias blandas se hace una urgencia. Iniciativa, creatividad, trabajo en equipo, empatía, comunicación efectiva y liderazgo deben ser los pilares centrales del nuevo paradigma, sin olvidar que estas son competencias que echan de menos quienes seleccionan a nuestros egresados diariamente. Por lo anterior, los ingenieros innovadores que buscamos formar vendrán después de la reingeniería de los planes de estudio por una parte, y por otra con la innovación en la metodología de transferencia del conocimiento, dejando atrás el esquema tradicional en que el profesor es el protagonista y pasar a otro en el que los alumnos adquieren un rol activo. El aprendizaje y desarrollo de las competencias deseadas se consigue en el hacer, más que en el sólo mirar o estudiar teorías. Así podemos apoyar el desarrollo de la ingeniería en el país, formando ingenieros capaces de enfrentar con éxito su vida profesional.

: Muy extrañamente, escasa o nula repercusión ha tenido el reciente informe del Consejo Nacional de Televisión que comprobó el alto porcentaje de violencia material y psicológica que entregan los programas de televisión abierta y por cable destinados a los niños. A lo anterior, se suma la desproporcionada cantidad de horas que los pequeños pasan expuestos a los contenidos televisivos de la más variada índole. En una sociedad cada vez más violenta, al parecer las autoridades gubernamentales, educativas, religiosas y los propios medios de comunicación no han sopesado lo que significa que nuestros niños sean educados desde muy corta edad en la cultura de la violencia y la ley del más fuerte. Al parecer no tenemos conciencia del enorme daño que las series televisivas violentas van generando en los pequeños, produciéndose una aceptación tácita e inconsciente de la agresividad. Hay que tener muy en cuenta que niños que se forman hoy en la cultura de la violencia, mañana serán individuos violentos. Sin embargo, la televisión no es la única culpable, gran responsabilidad tenemos también los padres, los educadores y el sistema social en general., Es imprescindible comenzar a realizar acciones conjuntas que nos permitan abordar y eliminar esta problemática. La responsabilidad es de los adultos, pero también los medios de comunicación no pueden desatender ni deslindar su cuota de compromiso con la sociedad.