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Entrevista a Hernán Lombardi

“Macri y yo somos del PC, del partido de lo concreto”

Hernán Lombardi, ex ministro de Cultura, Turismo y Deporte de De la Rúa en la Nación, ocupará el cargo similar –sin Deporte– en la Ciudad de Buenos Aires a partir del 10 de diciembre. En la entrevista, hace un repaso de su vida pública –en los recuadros lo hace de su vida privada–: comienza por los fatídicos días de la Alianza y concluye con Macri. Qué es la cultura para él.

Por Jorge Fontevecchia

En perfil. El fotógrafo eligió encuadrar en blanco y negro su rostro con la escultura de una nariz romana de fondo mientras el ministro, descendiente de italianos, reivindicaba la cultura inmigrante del trabajo.

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—¿Su irrupción en la política nacional fue desde el llamado Radicalismo que no Baja las Banderas, un grupo de origen universitario con onda nac&pop; opuesto a la Coordinadora del Coti Nosiglia?

—Yo empecé mi militancia estudiantil y después me afilié al radicalismo. Fui presidente del Centro de Estudiantes de la Línea Recta. La gente que estaba en Ingeniería ni estaba cerca de la Coordinadora. Por lo tanto, yo tampoco.

—¿Bajó las banderas la UCR, o usted, al haber pasado de ese origen al delarruismo y al Grupo Sushi y, de ahí, a Macri?

—Uno tiene coherencias íntimas, que son los valores que defiende. Siempre estuve del lado de la sociedad que piensa en fortalecer las instituciones como mecánica de toma de decisión.

—¿Sigue considerándose radical?

—En un sentido cultural, sí. Creo que hoy todos los modelos están como agotados, pero si creer en las instituciones como mecánica de toma de decisiones significa radicalismo, sí, me siento radical.

—¿Radical como Vanossi, que también está con Macri? ¿Como Carrió, que se mostró dispuesta a conversar con Macri vía Michetti e iría a la asunción? ¿Como López Murphy, que en Buenos Aires sigue su alianza con PRO pese a los desprecios sufridos en la campaña? ¿Radical nostálgico de Alfonsín? ¿Radical, cómo?

—Hoy acompaño a Macri como jefe de Gobierno con mucho entusiasmo, y desde ese punto de vista me definiría como muy apegado a la gestión. Siempre me molestó esta dicotomía de la tradición peronista, que es hacer, pero de cualquier manera, y la visión que se tiene de los radicales, que es no hacer nada, pero no roban. Se puede hacer excelente gestión manteniendo los principios éticos.

—¿Qué los unía a todos ustedes? ¿Es ese sentimiento radical? ¿Las instituciones por delante de los hombres?

—Hay un sentido de pensamiento, que no sé si une a todos. De hecho, me he sentido muy alejado de algunos que no colaboraron para que se mantuviera la cuestión institucional en diciembre de 2001.

—¿De Carrió?

—No. Yo me siento cercano. Me parece que hubo temas en la provincia de Buenos Aires...

—Alfonsín, entonces...

—No. Pensaría más en Moreau. Pero no me gusta hacer de esto una cuestión personal.

—Usted manejó Turismo en Capital y en Nación con De la Rúa. ¿Se arrepiente de su traumática última experiencia política?

—Una cadena de circunstancias hicieron de ése un gobierno malogrado. En lo personal, uno nunca se puede arrepentir de lo que hace con la mejor intención.

—¿Cree que De la Rúa, en su fuero íntimo, se arrepiente?

—No lo sé. Sí sé que después de enero del ’99 estábamos en el infierno tan temido y la coalición de gobierno era frágil, no estuvo a la altura de las circunstancias.

—Por eso mismo, ¿no cree que De la Rúa se arrepiente de haber asumido como presidente con una alianza débil?

—No lo sé.

—¿Qué aprendió de ese tiempo manejando fondos públicos?

—Que se pueden manejar con eficiencia y austeridad. Es mentira que desde el Estado no se puede hacer las cosas, pero lo que ocupa ocho horas en la vida privada en la pública ocupa dieciséis.

—¿Por qué?

—Porque los mecanismos del Estado son anticuados. Sólo se habla de agrandar y achicar el Estado y no se mete el cuchillo donde hay que meterlo, que es en los procedimientos.

—Un fiscal federal lo acusó de cometer un fraude de 1,5 millón de dólares en la compra de un predio que iba a destinarse a preservar al venado de las pampas, que está en extinción. ¿Qué sucedió con esa causa?

—Usted conoce, en carne propia, cómo se arman las operaciones de prensa a las que fui sometido… Nunca he sido citado ni notificado más que por un artículo que leí en un diario porteño.

—¿Fue invento de un medio o la acusación de un fiscal?

—No fui citado ni como testigo.

—Bueno, pero si el fiscal lo acusó el medio no lo inventó.

—La verdad es que nunca me notificaron nada… Mandé a averiguar y no está mi nombre.

—¿Accedió al cargo por amistad, militancia o carrera política?

—En el ’97, De la Rúa era jefe de Gobierno y me dijo: “Me dijeron que usted es el tipo que más sabe de turismo en la Argentina y yo quiero un secretario de Turismo. Voy a ser presidente de la Nación, así que lo convoco a preparar un plan”. Le contesté que me permitiera que convocara a un equipo técnico, porque no quería contaminar la gestión con las internas.

—¿Es la persona que más sabe de turismo en la Argentina?

—He estudiado toda mi vida, pero me parece que sería una soberbia de mi parte decirlo.

—¿Tiene una relación personal con los De la Rúa?

—Hace tiempo que a él no lo veo, pero lo llamé para su cumpleaños. Y con los hijos hablaré por teléfono dos o tres veces por año.

—Recientemente, usted declaró que tiene “respeto intelectual” por De la Rúa. ¿Cómo es de distinto ese De la Rúa que conoce en la intimidad de la imagen pública que le quedó a la gente?

—Me resisto, si bien son los hombres los que hacen la historia, a reducir la historia a la psicología de los personajes. Son otros los factores que influyen. La magnitud de la crisis no daba para esa coalición tan quebradiza.

—Por eso pregunto. Esa persona abstraída, a la que le costaba decidir, que era timorata, por momentos con signos de autismo, de desconexión con la realidad, que se equivocaba, cambiaba los nombres, no recordaba. Toda esa imagen que está constituida en el imaginario colectivo como una caricatura, ¿no tiene que ver con el personaje que usted conoce?

—Exacerba algunos elementos que, seguramente, existen. Es una persona que se abstrae cuando piensa, y cuando lo hace todos los demás temas quedan de lado. Ninguna caricatura se monta sobre una absoluta falsedad, pero nunca dejó de dolerme.

—¿Es injusta?

—Es parte de cómo algunos argentinos nos podemos ensañar a veces con algunas debilidades.

—¿Por qué cayó De la Rúa?

—La situación era difícil. Teníamos los precios internacionales en el momento más bajo, la devaluación de Brasil.

—Pero en otros países el presidente habría continuado. No habría sido reelecto, ni querido ni recordado, pero habría continuado. Mi pregunta no es por qué De la Rúa no pudo satisfacer a los votantes, sino por qué cayó.

—El contexto. Situación difícil, debilidad estructural, errores propios (vinculados a la velocidad de gestión) y una coalición social que tenía intereses definidos y que quería terminar con la Alianza.

—Mi pregunta se refiere no a lo que De la Rúa no hizo, sino a lo que hicieron los demás. De la Rúa insiste en que su caída es el resultado de un complot organizado por Duhalde.

—Mi mamá pudo haber salido con la cacerola, para poner un ejemplo, pero no para tomar un gobierno. Lo que pasó después de la cacerola, en particular en el Conurbano, no fue espontáneo.

—O sea que comparte la teoría de que la caída fue promovida por un complot generado en la Provincia por Duhalde y Ruckauf.

—La política bonaerense es más compleja que un nombre. Pasaron los gobernadores, pero los intendentes son los mismos que eligieron a Duhalde, los que se aliaron con Cafiero, con Solá, con Kirchner. Es un poder político territorial que trasciende los nombres.

—Usted pasó la noche del 19 de diciembre en Olivos hasta las 6 de la mañana. ¿Por qué usted era el único funcionario que estaba acompañando a los De la Rúa?

—Porque soy medio enfermo del trabajo y estaba trabajando. Además, lo acompañé porque una parte de los ministros estaba reunida con el peronismo en el hotel Elevage, negociando una salida institucional de la crisis. En los últimos meses, sentía que la situación era muy complicada y ahí me vinculé más activamente.

—¿Fue solidaridad? ¿Sentía que tenía que acompañarlo en los peores momentos?

—Sí, estuve mucho más cerca en los peores momentos. La primera imagen que tengo de la televisión en blanco y negro, de cuando tenía 6 años, es la de un viejito que echan de la Casa de Gobierno a empujones. Ese viejito era Arturo Illia. Y ahí tenía una sensación de fuerte regresión. No quiero asemejar los dos contextos. No quiero decir que De la Rúa es Illia, ni mucho menos. Cuento lo que me pasó a mí.

—¿Dormía De la Rúa mientras usted con un megáfono trataba de impedir que los manifestantes ingresaran a la Quinta?

—Estaba en la casa, no sé si durmiendo. De 2 a 6 de la mañana no tuve contacto. A las 6, cuando me iba, me despidieron por teléfono.

—Al día siguiente, ¿estuvo él en la Casa Rosada? ¿Le contó si durmió o no?

—Llegué a las 3 de la tarde con mi mujer, que creyó estar frente a un fantasma, un cadáver, el horror. ¿Vio cuando Marlon Brando dice “horror, horror” en Apocalypse Now y se ve el horror? Es una experiencia curiosa, porque yo no había estado en la intimidad, pero sentí esa cuestión de solidaridad.

—¿Cómo se vivió en la Rosada ese día histórico?¿Miraban por TV lo que sucedía afuera?

—Uno se queda pegado a una situación histórica que termina marcándolo. No sé si estaba preparado o a la altura de las circunstancias. Fíjese que en el momento de la renuncia es cuando el presidente del Senado anuncia que le quita el apoyo al presidente. Y De la Rúa dice: “Perdí el apoyo parlamentario y me tengo que ir”.

—¿Estaba al lado de él ahí? ¿Había otros ministros o usted era uno de los pocos?

—Si no estaba al lado, estaba muy cerca. También Colombo, Andrés Delich, Rodríguez Giavarini.

—Estaba cerca sin tener el grado de intimidad ni de importancia de su función. Reflexione sobre eso: ¿era un “déjà vu” de cuando echaban a Illia fijado en su infancia?

—Puede ser. También uno se solidariza con la debilidad. No me gusta estar del lado de la prepotencia. Tampoco hago el elogio a los perdedores.

—¿Usted también lo acompañó en el helicóptero de vuelta?

—No, no entrábamos. Tenía que ser un helicóptero chico porque si no, no podía aterrizar. Se fue solo.

—¿Ya estaban informados de la cantidad de muertos?

—La información en esas situaciones es tan confusa…

—¿Quién redactó la renuncia?

—El, de su puño y letra.

—¿Cuál fue su participación?

—Yo le decía “no renuncie”. Ante la magnitud de los hechos que se habían desencadenado, yo pensaba que no debía renunciar. No sé quién tenía razón.

—¿Los demás ministros pensaban como usted?

—Creo que el ministro de Educación decía lo mismo que yo.

—Usted debía estar cansado, había dormido pocas horas. ¿El presidente daba señales de falta de sueño?

—Creo que en los últimos días el presidente no dormía.

—¿El país está mejor o peor que en 2001?

—Está mejor. La coalición, aun cuando lo hubiera querido, no podía devaluar, porque era meterle la mano en el bolsillo a la gente. Y los que pueden meterle la mano en el bolsillo a la gente son los que tienen el poder de controlarla.

—Si el presidente no renunciaba, hubiera tenido que devaluar, y si él no estaba dispuesto a hacerlo, ¿qué sentido tenía que no renunciara?

—La mayoría de la sociedad argentina, en las elecciones parlamentarias de 2001, siguió votando por no devaluar.

—Un estadista hace lo que tiene que hacer, lo que cree que es lo mejor para el pueblo aunque el propio pueblo no lo comprenda.

—Había que tocar los valores de cambio ordenadamente.

—Si De la Rúa no iba a devaluar, tal vez la decisión de renunciar fue la correcta.

—A lo mejor es así.

—¿Y qué hizo el día después de que De la Rúa renunció?

—Le puedo decir qué hice dos días después. Ya había sido designado Daniel Scioli, y el 23 y 24, me acuerdo porque era Nochebuena, tuvimos reuniones de siete horas en su casa del Abasto. Y el 26 o 27 le transferí todos los planes a Scioli. Me encantaría que la transición que hay que encarar en la Ciudad tuviera la misma calidad: fue parte del éxito posterior de Daniel.

—¿Tuvo miedo por su seguridad? ¿Lo reconocía la gente?

—No tuve miedo. Y sí, me reconocían.

—Entre los que gritaban que se vayan todos, ¿nadie lo agredió?

—No. Me decían: “Usted trabajó, pero qué gobierno”. Nunca me putearon. Siempre recibí reconocimiento, incluso por esta actitud de acompañar hasta el final.

—¿Extrañó el poder?

—No, nada.

—¿Es cierto que Duhalde le ofreció continuar en Turismo y usted no aceptó por solidaridad con De la Rúa?

—Fue en el primer intervalo de Rodríguez Saá. A través de los gobernadores, me ofrecieron seguir. Yo no tenía espíritu.

—Como ministro de Cultura macrista, ¿va a volver a los preceptos de la gestión de Darío Lopérfido y Antonio de la Rúa?

—La Ciudad tuvo buenos gestores. Sobre el fin de los 80, la gestión de Pacho O’Donnell, extendiendo la cultura a los barrios, es una referencia. La gestión de Darío en términos de refrescar y desacralizar la cultura, también. Y la gestión actual de Silvia Fajre, con su impronta de poner al patrimonio en el centro de la escena, es muy importante.

—Saltea la de Telerman.

—Es parecida a la de Darío y a la de Fajre. Todos hicieron cosas buenas por la Ciudad y me gustaría que todos puedan dar sus consejos. Siento que tengo mucho para aprender de todos.

—¿Qué sabe Macri de cultura?

—Lo conocía más como gestor que por su visión sobre temas culturales. Pero tiene una visión amplia del tema cultura.

—Usted es ingeniero, como él. ¿Los ingenieros tienen una manera distinta de ver la vida?

—Ingeniero viene de tener ingenio aplicado a la solución de los problemas.

—Usted dice que es del PC.

—Del “Partido Concreto”.

—¿Macri también?

—También. No quiero decir con esto que gobernar la Ciudad es alumbrar, barrer y limpiar, pero hay que hacerlo. Tenemos que tener un sueño y una visión, pero nos pasamos tanto tiempo hablando de la visión que no alumbramos, ni barremos, ni limpiamos.

—¿Es una ventaja comparativa para comunicarse con Macri que sea una persona sensible a lo cultural, pero que sea ingeniero?

—Le entiendo rápidamente adónde va: quiere encontrar cuál es el problema y resolverlo.

—¿La velocidad requiere ser impaciente?

—Me tomo una pausa para la reflexión y poder empezar con la acción, porque no debe haber acciones motivadas por el vértigo.

—¿Qué le pidió a Macri para aceptar, dado que otras personas no habían aceptado?

—Me dio seguridad de que íbamos a actuar con total libertad, que las opiniones personales, los gustos, no deben sesgar cuáles son las políticas públicas. Observo que las políticas en cultura se restringen a lo que es propiedad del Gobierno de la Ciudad: son visiones pequeñas, y yo eso lo critico.

—Entonces, ¿lo que lo convenció de Macri fue su promesa de pluralismo?

—Y que íbamos a trabajar en un eje clave que es la identidad, la globalización. Siempre una política cultural tiene que tener que ver con la ampliación de la ciudadanía. Pero para que sea una cosa concreta, hay que trabajar mucho en reconstruir los lazos sociales, culturales, los mejores valores de esta sociedad. Crear ciudadanía es que le afecten y le duelan a cada individuo los problemas del otro, que viva la globalización como un desafío y no como una amenaza. Encontré una identificación en esos puntos, que después se traducen en programas concretos, y yo para eso soy especialista.

—Le preocupó más eso que el presupuesto de Cultura, que es de $ 350 millones, cerca del 4% del presupuesto de la Ciudad.

—No nos conocíamos tanto, teníamos que sentir la identificación cuando nos mirábamos a los ojos.

—¿Y qué vio? ¿Vio sensibilidad hacia la cultura?

—Sentí eso. El ejercicio del prejuicio es poco ciudadano: “Como es empresario, es insensible socialmente. Como es ingeniero, es un bruto”. Por favor...

—En el Teatro San Martín, ¿quedará Kive Staiff?

—Sí, vengo de hablar con él.

—¿Y en el Centro Cultural Recoleta?

—No lo sé.

—¿El Teatro Colón saldrá del área de Cultura y pasará a ser una entidad autárquica?

—Si lo aprueba la Legislatura. Acuerdo si se fortalece la institucionalidad del teatro. Ser autónomo y autárquico requiere deberes y obligaciones, por eso hay que robustecerle la institucionalidad. Como concepto, estoy a favor: son los ejemplos exitosos del mundo.

—Horacio Sanguinetti asegura que será el nuevo director. ¿Esto es así?

—Sí, cuando sea autárquico.

—Sanguinetti, además de rector del Nacional de Buenos Aires, fue secretario de Educación de De la Rúa. ¿Vuelve el delarruismo?

—No, me parece que hemos sido elegidos por la gestión.

—¿Y qué va a pasar con el canal Ciudad Abierta?

—Está en pleno proceso de decisión, pero está en el área de comunicación.

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—Y si piden su opinión, ¿qué diría?

—Diría que respetar los contratos electorales a mí me parece fantástico. Si en la campaña se dijo que se iba a cerrar, que se cierre.

—Hay sectores que temen que con el advenimiento de Macri la cultura quede vinculada a la rentabilidad o al marketing. ¿Tienen razón en estar preocupados?

—No, eso no va a suceder. Podría poner un ejemplo. Cuando fui secretario de Turismo, en 1999, Parques Nacionales pasó a Turismo. Hubo una corriente de pensamiento legítima y bienintencionada que decía que eso pasaba para hacer una gigantesca inmobiliaria. Hoy los parques siguen en Turismo y no hay discusión sobre que así sea. El turismo va a ser un elemento para la cultura.

—Usted ya tiene la experiencia de tener bajo su área turismo y cultura, habiendo comenzado en turismo. ¿Son empáticas?

—Hay riesgos que se corren, pero el área de sinergias es espléndida, tanto en términos de los visitantes como en proyección de los ciudadanos en el exterior. Por supuesto que hay áreas de la cultura privativas que tienen una relación muy lejana con el turismo.

—Cuando hizo las dos tareas. ¿Se sentía más inclinado a una que a otra?

—Me inclinaba más a la cultura porque sentía que me tenía que poner bien fuerte del lado del sube y baja.

—Porque era donde usted se sentía débil.

—No, me sentía bien. Porque me parece que la cult… Sí, si usted quiere, sí (risas).

—¿Hará lo mismo ahora?

—No, éste es un Ministerio de Cultura. Todo turismo es cultural. Muchas veces en el tren transpatagónico, los argentinos preguntan cuánto falta para llegar, y los extranjeros, en cambio, preguntan ¿de qué vive aquel que vive en ese ranchito?, ¿cómo se educa? Y esa inquietud de saber cómo se desarrolla la vida en otro lugar del planeta es, esencialmente, cultura.

—Deberá combinar la gestión de cultura con el ente de turismo, con la idea esta de proyectar la ciudad al mundo. ¿Cómo va a potenciar esas sinergias?

—Los festivales de tango se hacen en el mundo. Salen nuestras muestras, nuestros bailarines, cantantes, artistas plásticos. Imagínese la potencia de esto si ahora, además, lo usamos en una idea muy vigorosa de la marca Buenos Aires, donde ayudamos a traer más visitantes a la Argentina, que a su vez conseguirán más financiamiento para que más de nuestros artistas puedan viajar e interactuar. Lo que se produce en esta ciudad, básicamente, son bienes culturales, entonces no debemos achicar la idea de cultura a los organismos estatales, que son importantes: también tenemos que estimar lo que se produce.

—¿Leyó el reportaje de Magdalena el último domingo en PERFIL, donde el director del C.C. Rojas dice que a él también le ofrecieron Cultura de la Ciudad, pero que no lo consideró por falta de afinidad ideológica con el macrismo? Si hubiera habido falta de afinidad ideológica, ¿usted habría rechazado la propuesta?

—Sí, si hubiera tenido esa falta de afinidad. Tengo un gran respeto por José Miguel Onaindia.

—Se menciona que puede ser uno de sus colaboradores.

—Quizá con el tiempo, cuando veamos con qué amplitud desarrollamos todo, me gustaría convocarlo.

—¿A Rodríguez Felder también?

—Casi no lo conozco.

—¿Qué rol le atribuye al mecenazgo?

—Es una herramienta fantástica que votó la Legislatura, en línea con lo que sucede en los principales lugares del mundo.

—Habló muy bien de los distintos funcionarios que lo precedieron y decía que le gustaría integrarlos. ¿Existe una política cultural de Estado en la Ciudad?

—Existen lineamientos comunes que deberían ser fortalecidos. Una cuestión es esto que hablábamos de expandir los valores ciudadanos en los habitantes. Esa reconstrucción es clave. No los que impone el gobierno, pero valores: los valores son buenos y deseables en una sociedad. Otro punto que me parece ineluctable es asegurar el consumo de bienes culturales a aquellos que no tienen posibilidad de consumir ningún tipo de bienes. Si no interviene el Estado, nadie lo resuelve.

—Y ésas deberían ser las políticas de Estado de la Ciudad.

—Asegurar el consumo y la producción. Los dos deberían ser garantizados por el Estado, porque el mercado no necesariamente los resuelve. Y la conservación del patrimonio: hay bienes que solos no se preservan. El arquitectónico es muy importante, pero también es patrimonio intangible nuestro tango. ¿Quiero que mis hijos se eduquen en una sociedad donde algunos valores se preserven? ¿Quiero que sepan qué fue no sólo el tango sino también el rock nacional? Porque la identidad está en movimiento, no es estática.

—¿Parte de esa identidad es la efervescencia cultural espontánea de los porteños?

—Sí. La espontaneidad de esta Ciudad, que se dedica en la crisis a producir bienes culturales, me parece lo mejor que tenemos como patrimonio común. Duele cuando paramos en un semáforo y un chico hace malabares. Si tuviéramos una escuela de circo y lo potenciáramos… Cuando tenemos que actuar con los más necesitados, que sea con la mayor excelencia posible: traigamos a los mejores.

—Usted hablaba de la marca Buenos Aires en el mundo. La Buenos Aires turística se asocia en parte con Puerto Madero. ¿Cuál es su imagen de lo que le aporta a la Ciudad tanto en lo turístico como en lo cultural?

—Le aportó renovación y modernidad. Los productos turísticos siempre requieren renovación. Si una ciudad se queda en una visión estática de sí misma como producto cultural, como producto turístico envejece. Madero es un refreshing y permanentemente necesitamos trabajar en esta tensión conceptual entre conservar e innovar. Usted ve las fotos de cómo promueven Madrid en el medio de la Plaza Mayor con unas modelos con ropa recontramoderna. Esa tensión es la que la enriquece. En eso tenemos una oportunidad.

—Si en París se quiere ver arte clásico, se va al Louvre; si se quiere ver vanguardia, se va al Pompidou. ¿Piensa aumentar la segmentación de los museos?

—Hay que pensar los museos en términos de los propios del Gobierno de la Ciudad, pero también en términos de los que son nacionales: el Palais de Glace, el de Arte Decorativo. Y los privados, desde la Fundación Proa hasta el MALBA. Lo moderno es segmentar, especializar, darle calidad a cada uno. Esto existe, pero tímidamente. El Fernández Blanco es más hispanoamericano, el Larreta es más hispano, pero debemos vigorizar esa identificación, eso es lo que nos permite hacer vanguardia.

—La ministra Fajre denunció en 2006, en una reunión de gabinete, que los empleados se roban recurrentemente la grifería. ¿Cómo hará para cambiar la cultura interna de su ministerio?

—Con un trabajo muy cerca de la gente. Yo soy un workaholic mal… (risas). Trabajar cerca de la gente y compartir una visión permite recuperar la autoestima del que trabaja en el área de cultura, que es una persona que está más cerca del goce y del placer que en otros trabajos. Recuperar la autoestima y la idea de que lo que uno trabaja es un bien preciado para los ciudadanos y los visitantes.

—¿Escuchó las versiones de que en las últimas semanas el PRO llamaba a un promedio de cuatro figuras de la cultura por día para ofrecerle el Ministerio y lo rechazaron? ¿Son versiones injustas, para desprestigiarlo?

—No las escuché. Pero ayudan poco, como si me dijeran: “Te agarró de última”. “Pobre, engancharon a un…”. Creo que compartimos con Macri una reflexión sobre el tema después de que fracasó la designación de Rodríguez Felder.

—Que el PRO haya designado a alguien que no integra el establishment cultural generó otro rumor: “La cultura no es un área clave del gobierno, porque ni siquiera pensaron en un candidato fuerte antes de ganar las elecciones... y dos se les cayeron por peso propio”. ¿Qué opina?

—La cultura es una prioridad para Macri, si no, no estaríamos trabajando tan intensamente.

—¿Usted votó por Macri en las últimas elecciones?

—No voto en Capital, todavía tengo domicilio en Mar del Plata.

—¿Habría votado por Macri?

—Sin la menor duda, en la segunda vuelta lo habría votado con las dos manos. Y no sé si hubiera votado en la primera.

—¿Qué contradicciones le genera Macri ideológicamente?

—Está en las mejores condiciones para ser el mejor administrador de la Ciudad, por eso no siento la más mínima contradicción.

—¿Consultó a alguien antes de aceptar el cargo?

—A mi mujer, a mi mamá y a mi papá.

—¿Y qué le dijeron cada uno de ellos? Empecemos por su padre.

—Figura importante en la familia, como podrá notar. Cumple 75 en diciembre. Yo tengo 45 y cuando andamos por la calle la gente dice: “¡Ay, son hermanos!”. El muy cretino se enorgullece...

—¿Es hijo único?

—No. Tengo una hermana cuatro años menor.

—¿Viven en Mar del Plata?

—No, somos porteños. Por Manantiales, terminé votando allá.

—¿Y qué le dijo su padre?

—Pesó en la decisión. Me dijo: “Hacé lo que tenés que hacer, rodeate de buena gente, es tu decisión y no la mía”.

—¿Y su madre?

—Mamá está llena de temores, porque lee los diarios y no le gusta la exposición. Le da esa contradicción que siente cualquier madre de orgullo por el nene y temor.

—¿Su señora?

—Me dijo: “Recuperaste un vigor increíble, estás enloquecido”.

—¿La palabra vigor tiene también un contenido sexual?

—No. Hay tipos (algún ex presidente) que sienten que el poder va de la mano con la sensualidad. Yo tengo la teoría contraria: cuando crece la responsabilidad, disminuye la libido. Esa sería la descripción de mí mismo. Me cargo de responsabilidades y me deserotizo.

—¿Y su hija de 15 años?

—Valentina es más adolescente... La utilizo como traductora para saber cómo llegarle a la juventud. Y Maurinita, que tiene 3, dice de todo.

—¿Por qué le cuesta tanto armar el gabinete a Macri? Usted dio ingenio como definición de ingeniería. La otra es poner cosas juntas. Lo que hace un ingeniero es poner cosas juntas, ordenarlas y hacer que funcionen. ¿Por qué le cuesta tanto justo a un ingeniero poner gente junta?

—Lo que costó fue cultura.

—Ignacio Liprandi y Rodríguez Felder fueron cuestionados por la Iglesia. ¿Tanta influencia tiene?

—Me parece más mito que cierto. Soy católico, no practicante, y tengo un gran respeto intelectual por la Iglesia y por monseñor Jorge Bergoglio. Me acuerdo de una homilía en la que hablaba de los valores y de la cultura del servicio... Me quedé tan conmovido… A ese tipo de gente, ¿usted la ve entrometiéndose en las decisiones? No.

—¿Liprandi y Felder no fueron cuestionados por la Iglesia?

—Lo desmentiría por completo.

—Al juntar Cultura y Turismo, ¿va a ser un superministro?

—No. Cuando te dicen superministro te están poniendo allá arriba para tirarte desde más alto.

—Scioli fue secretario de Turismo. Telerman fue de Cultura de la Ciudad. ¿Son dos áreas que pueden ser el trampolín hacia ligas mayores de la política?

—Voy a ser muy, muy franco. Si yo pensara eso, habría estado más cerca de decir que no, que que sí.

—¿Hay algo que yo no haya preguntado y quiera dar su mensaje al lector?

—Que me costó mucho aceptar. No por Macri, al contrario, sino por motivos personales. No sé si quería volver a la actividad pública, pero lo que pesó en mí es que no quiero caer en el escepticismo argentino. Si a los 47 Mauricio me da la oportunidad de dirigir Cultura y Turismo y yo hubiera dicho que no, el escepticismo habría triunfado en mí. ¿Vio el final de Manhattan, de Woody Allen? Mariel Hemingway se está yendo a estudiar a Londres, y él le dice: “Pero vas a ir y te vas a enamorar, me vas a dejar”, y ella le dice: “Tenés que confiar más en la gente”. Tengo muchos motivos para ser escéptico, pero no quisiera que el escepticismo triunfe definitivamente.

Turismo y hotel para gays

—¿Su experiencia en turismo surgió de la función privada como dueño de Manantiales?

—Sí, eran dos torres que se hicieron en los 80 para su venta y en la crisis inmobiliaria de esos años surgió el proyecto de reconvertirlas en apart hotel. Pero no soy dueño, es una familia entera.

—¿Van bien sus negocios privados?

—Hicimos parte del plan de turismo de Perú, Ecuador, Paraguay, algunas cosas en Chile y mucho en la Patagonia.

—¿Quiénes son “nosotros”?

—El equipo que me acompañó en la gestión como ministro fundó una empresa que trabaja en temas de turismo, de cultura y de deportes.

—Eso no es la sociedad familiar.

—No, la sociedad familiar es Torres de Manantiales, el Palacio San Miguel...

—¿Le tocó llevar adelante el traspaso de Aerolíneas al grupo Marsans?

—Intervenía por ser secretario de Turismo.

—Kirchner tiene, respecto de Aerolíneas, la política de aumentar la participación del Estado. ¿Es acertado?

—Pensar de nuevo en empresas del Estado no tiene sentido. El punto es cómo puede ser que a demandas que no tienen el mismo tráfico las ataquemos con aeronaves del mismo porte. Tenemos que estimular las aeronaves medianas, que tienen gran calidad en todo el mundo.

—¿Es decir que en lugar de que el Estado se preocupe por tener más porcentaje en Aerolíneas, debería ocuparse en desarrollar nuevas líneas internas?

—Regionales, pero con este concepto.

—Recientemente, usted tuvo mucha prensa por la apertura del primer hotel gay cinco estrellas de la Argentina, Axel, en San Telmo. ¿Cómo logró que la Iglesia no vetara su designación como hizo con los candidatos anteriores?

—No hubo veto, y esto lo demuestra.

—Cuando en 2006 anunció la construcción, en la ceremonia dos obreros gays con pico, pala y casco enterraron una serie de objetos simbólicos relacionados con la filosofía del hotel más la Bandera argentina, la española, la de la comunidad gay y un disco de Madonna interpretando “No llores por mí, Argentina”. ¿No fue un show excesivo?

—Fue muy eficaz. Me parece que es un aporte para Buenos Aires relacionado con modernidad, vanguardia, tendencia, que es en lo que creo, y quedé contento porque atrajimos inversiones extranjeras.

—¿Representa a alguna otra cadena hotelera?

—Asesoramos al hotel Territorio de Puerto Madryn, que es del grupo accionista Atlas de la Patagonia; trabajamos en Villa Pehuenia con Piedra Pintada, una hostería cinco estrellas. En la parte deportiva, como nos interesa mucho la marca país, y la Selección argentina de basquetbol es un image target sensacional, estamos trabajando bastante.

El día que no murió con Germán Sopeña y Agostino Rocca

—Usted debía ser uno de los pasajeros del avión donde murieron el periodista Germán Sopeña, el empresario Agostino Rocca y el director de Parques Nacionales, José Luis Fonrouge, en abril de 2001.

—Sí, efectivamente.

—Pero una llamada de De la Rúa, a último momento le impidió tomar ese vuelo y se salvó. ¿Cree en el destino?

—Sí, esa historia de José Luis y Germán a mí me tocó mucho. El viaje ése lo había organizado yo. Creo que el destino se lo va construyendo uno. No soy determinista en ese sentido.

—¿Qué cambió en su forma de ver la vida después de haber pasado por esa experiencia?

—Siento, casi con cierto grado de afecto en mí mismo, que me cambió poco, que a lo mejor me tendría que haber pegado más. No me permití el lujo de que me cambiara más.

—¿Qué explicación se da a lo que le ocurrió?

—Yo siempre digo que me resulta tan difícil creer... Me resulta tan rara la vida como la idea de la vida eterna, como la idea de la muerte eterna. ¿Existe la muerte eterna? No sé. Me parece que la vida es algo mucho más trascendente. Me cuesta creer siempre en esa cuestión energética de que alguien de repente está y de un segundo para otro no está más. Me parece que hay un valor energético más allá de las religiones, un valor que no puede ser que todo termine ahí; por lo tanto, lo relativizo en ese aspecto. No creo que al caerse el avión, inmediatamente, todo se haya acabado.

—¿Es religioso y cree en otra forma de vida?

—No sé si religioso, pero soy más espiritual, sí.

—¿Es una espiritualidad orientalista?

—Quizá de lo espontáneo, pero no de la lectura. Vivo también con mucha culpa que mis lecturas sean racionales, occidentales, cartesianas. Siento que vengo de la tradición clásica de lo romano a lo griego, iluminismo francés. Me encantaría poder abrirme a las otras culturas y a otras tradiciones.

Retratos de familia

—¿Cómo se formó su patrimonio familiar (N de R: Torre de Manantiales en Mar del Plata, Palacio San Miguel en Buenos Aires y varios edificios de oficinas)?

—Mi nonno era un inmigrante italiano del barrio de Liniers, extremadamente humilde, que tuvo dos hijos... El esfuerzo de esa familia de dos hijos fue que mi viejo fuera ingeniero, se recibió en el ’57.

—¿O sea: la obra de su abuelo fue su padre?

—Exactamente, la obra de mi nonno fue mi viejo. Mi papá se juntó con el doctor Leiro, que era también un contador recién recibido, y con otro ingeniero, Varales, fundaron Ianua, y tuvieron mucho éxito construyendo en las décadas de los 70 y de los 80. En la Ciudad de Buenos Aires debe haber más de 120 edificios construidos por Ianua, también en Tucumán, en La Plata, en Venezuela. Mi viejo se precia de que nunca construyó un metro de obra pública. Es como su orgullo personal.

—¿Usted nació entonces en una familia acomodada?

—Que se iba acomodando.

—El arquitecto Mario Roberto Alvarez repite que generalmente el éxito es el resultado de haber elegido bien a los padres. ¿Usted eligió bien a su padre?

—Mi papá es un estoico, quizá sin saberlo, y tiene el optimismo propio de los estoicos. Es muy vital, y yo elijo eso de él. Y la sensibilidad de mi mamá.

—¿Usted es más millonario que político y más farandulero que millonario?

—Sí, más patrimonio... Pero en cinco minutos se da cuenta cómo me empilcho, y que el patrimonio poco tiene que ver con el nivel de consumo, digamos.

—¿Y farandulero?

—Estuve juntado con Solita (Soledad Silveyra) unos años. Pero me enamoré, ¿por qué farandulero?

—En la revista “Caras”, en una nota de 1995, Soledad Silveyra explicó la separación diciendo que había sido por dos causas: “La diferencia de edad” y, la más importante, “la imposibilidad de darle un hijo”. Inmediatamente después, usted tuvo un hijo, porque su hija mayor tiene 15 años.

—Nosotros hicimos con Solita un tratamiento de fecundación in vitro que no dio resultado.

—Usted estuvo con Silveyra desde fines de los 80 hasta 1995 y, según esa nota, quería ser padre por primera vez. No entiendo: si su hija mayor tiene 15 años, usted ya era padre.

—La paternidad es previa a la relación con Solita. Pasa que la conocí cuando tenía 7 años. La madre me mandó una carta que decía: “Mirá, se dio esta situación…”.

—O sea que no sabía que era padre mientras estaba en pareja con Soledad Silveyra y recién se enteró en 1999, cuando era ministro.

—En el ’98. Estaba por asumir en el Gobierno de la Ciudad. Ahí formalizamos todo.

—¿Vive con usted o con la madre?

—Vive con la madre, pero viene todos los fines de semana a casa y va al Cristóforo Colombo, y quisiera que estudiara más de lo que estudia. Y es una chica encantadora.

—¿Y por qué la madre de Valentina tardó siete años en decirle?

—Porque era una relación de no continuidad y ella tomó su decisión de tenerla sola. Cuando murió su madre, tuvo una crisis y sintió que era bueno que se supiera, y yo agradezco eso. Me parece que con la buena fe de todos, se puede construir una familia. Fíjese el caso de Valentina, su madre, nosotros; Valentina y Vivian que tienen una relación… Y a su vez los hijos de Solita, que los conocí ya de adolescentes. Le hacía como chiste a mi mamá… Imagínese mi mamá cuando le llevé la actriz, después se encantó, pero cuando le llevé la actriz…

—Ocho años mayor que usted.

—Me decía: “Vos querías nietos para hacerles ‘hico caballito’, bueno a éstos los podés llevar al Hipódromo”. Y hoy Baltasar y Facundo conviven con mi mujer muy bien y adoran a Maurinita y se llevan bien con Valentina. Yo sí creo profundamente en el amor. En el amor y la buena fe. Los otros son prejuicios.

—Y durante todos esos años los dos hijos de Soledad Silveyra fueron sus únicos hijos.

—Los dos. Y tienen una relación fantástica con mi mujer. Yo creo que las relaciones se construyen en la buena fe y en el cariño. Nosotros pudimos.

—¿Cómo fue vivir con una mujer que tenía ocho años más que usted, que tenía una vida formada? ¿Convivir con sus hijos, con su abuela, con su hermano y dos sobrinos?

—Y su cuñada… La mujer de Máximo, su hermano que murió de VIH, es actualmente mi secretaria.

—¿Cómo era eso de meterse en la vida de toda una familia?

—Era una tanda rara, porque yo tenía 32, Solita como 40, Baltasar 20 y Facundo 18. Era el intermedio entre la madre y los chicos.

—También la revista “Caras”, y ya siendo usted ministro de De la Rúa, refleja su casamiento con la doctora Vivian Sanz en la capilla de Chapadmalal. ¿Fue por recomendación de la propia Inés Pertiné.

—No fue en la capilla presidencial, sino en una capilla que está frente al Club de Mar, en Manantiales.

—¿Es cierto que fue idea de Inés Pertiné en una comida en la que estaban usted, el presidente y su esposa?

—Nosotros ya habíamos decidido casarnos y surgió en la mesa el tema. “Pongan fecha, pongan fecha”, y como ya habíamos decidido una fecha, la reafirmamos.

—¿Usted ya estaba conviviendo hacía tres años con Vivian?

—Sí, aproximadamente. Vamos a quedar como pecadores totales. Y poco después nació Maurina. La verdad es que constituimos una pareja que a mí me hace muy bien, y calculo que a ella también.

—Por último, usted suele definirse como fanático de la lectura, de los que “leen en la bañadera y mojan la parte de abajo de los libros. ¿Cuántas horas lee por día y cómo son sus hábitos de lectura?

—Yo leo absolutamente todo lo que puedo, todo el tiempo que puedo, y creo que hay que hacer una gestión con gran eje en la lectura. Leo en la bañadera y quedan los libros todos mojados.

—¿Cuánto tiempo lee en la bañadera?

—Y… cuarenta y cinco minutos.

—¿Cuando convivía con Soledad Silveyra también en la bañadera?

—Sí, y era una bañadera con patas... se quejaba de que mojaba todo el baño.

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Domingo 18 de noviembre de 2007
Año II Nº 0209
Buenos Aires, Argentina