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Entrevista a Julio Cobos

“Así podemos salir terceros”

Tras la renuncia a su candidatura y ya sin la presión de un futuro electoral próximo, el vicepresidente habló de política como nunca antes lo había hecho. Imperdible.

Por Jorge Fontevecchia

“Entra un empresario a la política y ya no es progresista, es de derecha; mejor el que entra sin un peso y sale más rico que el empresario que tiene vocación por lo público.”

—¿Desde cuándo comenzó a pensar que sería conveniente que anunciara que retiraba su candidatura?

—Cuando, en diciembre, el radicalismo tomó la decisión de interrumpir lo que habíamos acordado, y se me consultó por estas internas anticipadas, dije: “Para mí, no es conveniente para el partido ni para nadie. En mi percepción, la gente no se va a entusiasmar”. Cuando pedí la interrupción, no fui escuchado. Es más, cuando el doctor (Ernesto) Sanz tomó la decisión de desistir, dije: “Este es el momento, hay que hablar, sentémonos”. La verdad, a mí me cuesta explicarle eso a la gente. Si es lo mismo y uno se puede presentar, ¿para qué hay un candidato oficial? Si uno va a una provincia a dar un mensaje, y no lo recibe el presidente de ese partido porque no hay candidato oficial, la verdad es que es una situación incómoda. No la puedo explicar. Yo iba a esperar la elección, por eso dije que iba a esperar hasta el 30 de abril para hacer público lo que yo tenía decidido. Cuando ayer (por el jueves 7 de abril) le pedí al presidente de la Unión Cívica Radical y a otros más que expresaran que mi decisión era desistir, pero no porque Cobos tuviera que desistir, sino que el radicalismo hacía desistir a Cobos. Fue una decisión del radicalismo, no fue una decisión mía.

—Usted tenía decidido que no se iba a presentar desde que se anunciaron las preinternas, y no lo divulgó sólo para no perjudicar al partido.

—Y también con la esperanza de que esto se interrumpiera, y no me equivoqué. El doctor Sanz reconoció que no era la forma al desistir de la continuidad.

—Antes de que se produjera la derrota, la expectativa de que Brizuela del Moral triunfara en Catamarca, como se esperaba inicialmente, ¿reavivaba la posibilidad de que su candidatura recuperara fuerzas?

—No, yo estuve ahí porque Brizuela del Moral es mi amigo, y más allá de los resultados, había quedado en eso antes de saber cómo estaban las cosas. Pero sí, al conocer el resultado, le dije al doctor Sanz: “Tenemos que rever esto porque no conduce a ningún lado”. Es importante la decisión que tomó. El resultado de Catamarca es muy difícil explicarlo.

—¿Se equivocó Sanz al proponer una preinterna que no podría llevar a cabo?

—Sí.

—¿A qué lo atribuye?

—Lo generó él, porque con Alfonsín, cuando lo planteó, ninguno de los dos estábamos de acuerdo. A mí me dijo Ricardo: “Voy a aceptar porque Sanz lo aceptó”. Le dije: “No hubieras aceptado, e íbamos los tres directamente a agosto”.

—¿Sanz trató de ocupar el espacio que usted iba perdiendo frente a la sociedad?

—No sé. Muchas veces estas decisiones se definen por pedidos de amigos, de estructuras o de sectores de la sociedad. Habrá que preguntarle a él.

—¿Sigue vigente en el radicalismo que se pueden perder muchos gobiernos, pero nunca una interna?

—Más que nunca, y de cara a octubre. Uno lo que tiene que mantener son sus principios, pero tiene que adecuarse a una estructura. El peronismo, con su idea del movimiento y con la vocación de poder que tiene, mucho mayor que la de la Unión Cívica Radical, se adecua muy fácilmente a las circunstancias.

—¿Encuentra en el radicalismo las mismas cuestiones de fondo que lo hicieron separarse del partido en 2007?

—Yo, la verdad, no me fui del radicalismo: tomé una decisión. Incluso antes de sellar el acuerdo con otros cinco gobernadores, nosotros presentamos, en una fuerza plural, un candidato radical, y lo aprobamos en el Congreso partidario. Lo que se logró fue la intervención de todos los que pensábamos distinto, porque las convenciones se hacían sin los representantes. Ese radicalismo, en Neuquén, a todas luces, como se ha hecho todo ese proceso, no actúa con esa coherencia. Así que lo que sí he dicho es que uno va por adentro del partido. Yo nunca ocupé un cargo partidario en mi historia. Ahora lo voy a intentar ocupar, para ver si puedo aportar a que vaya abriéndose hacia fuera, en vez de abrirse hacia dentro. Más cuesta abrirse hacia fuera.

—¿Piensa dedicarse a cambiar el partido?

—Sí, voy a colaborar. Seguramente, participaré en Mendoza en una elección partidaria, cuando corresponda, para ocupar un espacio y transmitir estas inquietudes de ideas de concertación, de acuerdo en políticas de Estado. Lo que pasa es que en el radicalismo hay mucha hipocresía, también. Somos pocos los que hablamos hacia fuera y decimos las cosas sinceramente. Hablan mucho de que pensamos lo mismo, pero es por temor o por no querer afectar una interna, como en el caso anterior, que había que demostrar quién era más radical que todos. Si hay que demostrar quién es más radical que todos, cuando fui candidato a gobernador, no había muchos guapos que quisieran asumir la candidatura a gobernador. Yo estaba en la universidad y me fueron a buscar, y asumí la responsabilidad porque estaba mi partido detrás, cosa que hoy no se dio. Y ganamos como Unión Cívica Radical, después de la crisis, en 2003, de la caída de la Alianza, con Kirchner que venía ya gobernando, y, sin embargo, nada fue imposible. Por eso, no me gusta que digan que Cobos bajó en la imagen. La pelea yo la di acá (en Mendoza) con seis puntos de intención de voto, y corrí miles de kilómetros cuando asumí la responsabilidad, pero era un partido unificado. Esta es la clave para encarar una elección seria, y más una elección presidencial.

—Esta hipocresía que menciona, ¿la encuentra en las diferencias respecto de plantear un frente con PRO y con el Peronismo Federal?

—Totalmente, porque yo lo digo acerca de unos distritos donde no tenemos candidato y no existe la posibilidad de lograr acuerdos ya que no hay personas democráticas e institucionales que han compartido, a lo largo de estos dos años de experiencia en el Congreso, muchos temas tan progresistas como los que propone el socialismo, o haber peleado por una distribución equitativa cuando se votó el 82% móvil, y tan democrática como cuando se intentó reformar el Consejo de la Magistratura, o como cuando se le quiere decir a la sociedad la verdad a través del Indec. Y sabiendo que este es un escenario de segunda vuelta, ¿cómo uno puede decir “A mí me van a votar los peronistas” si uno no muestra aunque sea una mínima relación? Aunque no se llegue a un acuerdo electoral, sino a acordar una segunda vuelta, poder decir: “Con esta gente pensamos parecido en estos temas y tenemos gran coincidencia, les pido que nos acompañen”. Me parece que esto es lo que estoy reclamando: una estrategia. Después, desde el radicalismo, cuando veo un escenario en el que la mayoría de los gobernadores no van a ser de nuestro signo político, con las cámaras en minoría, ¿cómo se gobierna sin decretos de necesidad y urgencia o sin superpoderes? ¿Cómo pretende hacerlo el radicalismo? Uno, que ha estado en una función ejecutiva, sabe que esto es necesario, por lo que no sólo hay que tener una estrategia que permita ganar, sino también que permita gobernar, sobre todo con los antecedentes que tiene el radicalismo.

—¿Alfonsín piensa como usted, que habría que tener una alianza con PRO y el Peronismo Federal, pero no se atreve a decirlo para no perder internamente?

—Eso se lo tendrá que preguntar usted al propio Alfonsín, pero acá hay un concepto de que entra un empresario a la política y ya no es progresista, es de derecha, y es mejor el que entra sin un peso y sale más rico que el empresario que tiene vocación por lo público. Yo le digo lo que piensan en general; lo que piensa Alfonsín, hay que preguntárselo a él.

—Repasemos las provincias y distritos más importantes que tiene el radicalismo para profundizar en lo que usted decía. Por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires, la Provincia de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.

—En Córdoba, propuse una estrategia que se aceptó: donde haya candidatos con probabilidades, dejémonos de hinchar con internas. No nos fijemos de dónde viene, si es alfonsinista, si es cobista o si es de quien corno sea. Vamos a Tucumán y le digo a mi gente: “Muchachos, hay que tener vocación para ganar. Cano es el que está mejor posicionado, lo conocen, ha sido candidato, es senador”. Dije que lo mismo hay que hacer en Córdoba con el que ganó las elecciones. ¿Quién? Oscar Aguad. ¿Qué es lo primero que hizo Morena? El acto de Morena con el doctor Sanz en Córdoba. Hay disgusto de Sanz, de Mestre, y hoy a Aguad le hacen una interna, con Mestre, cuando es el candidato que lleva más de 20 puntos de ventaja. Me cuesta comprender que haya tanta mezquindad partidaria en ese sentido. En Córdoba tenemos todavía un buen candidato, que es Oscar Aguad, pero se tienen que mostrar unidos, y poner a Ramón Mestre en la ciudad.

—¿En Santa Fe?

—El único partido que hoy está como partido, es el socialismo. Unido, mantiene sus principios, cuestiones y diferencias, porque Binner ahora está con diferencias con Giustiniani porque es candidato. Hay tres candidatos del Frente Cívico que van a una primaria y no se les ocurrió pasar por una preinterna, ni hubo apuro. En Santa Fe es donde menos problemas hay porque tienen una madurez cívica como tal vez no la tenga Mendoza. No se les ocurre ninguna jugada criolla, y se va a definir bien. Confío en que el Frente Cívico tenga una buena elección. Hoy por hoy, el mejor candidato es Giustiniani. Le diría que Santa Fe es la menos problemática, pero el resultado es un problema para el radicalismo y para Binner, porque si al candidato de Binner no le va bien, él mismo ha dicho que se limitan sus posibilidades. Si le va mal, no creo que tenga ganas de integrar una fórmula con el radicalismo.

—¿El problema del radicalismo se concentra en la Ciudad de Buenos Aires y en la Provincia de Buenos Aires?

—En la Ciudad de Buenos Aires –lo hablé con Alfonsín–, Graciela Ocaña. Es una persona que conozco y padecimos, de alguna manera, el problema de la Concertación no deseada. A mí me parece que hay que apuntar a ella como candidata. No creo que digan que es de derecha, o que no es progresista, o que no tiene el coraje y la capacidad para enfrentar la función como lo hizo como ministra. Todo estaba supeditado a la interna, y con muy buena relación con Silvana Giudici, que vino a hablar conmigo y me dijo: “Reconozco que si hay una oferta superadora…”. Pero no lo definimos, y tendríamos que haberlo definido. Estas son las cosas: nos apuramos tanto por lo nacional y demoramos tanto lo provincial. Lo mismo en la provincia de Buenos Aires, porque yo no sé cómo va a terminar Margarita (Stolbizer), si con el socialismo, o el socialismo se corta solo, o con Proyecto Sur. Ayer hablamos con Graciela Ocaña de ir por la ciudad o no; es un escenario dinámico. Margarita es la candidata, que ya fue en dos oportunidades; no hay ahora otra alternativa, pero se tendría que estar recorriendo la provincia y dándole todo el apoyo del radicalismo y sus intendentes. Es muy difícil ganar una elección si no se cuenta con buenos resultados, al menos, en estos dos distritos.

—Si suma a PRO y al Peronismo Federal, ¿no termina perdiendo al socialismo, al GEN, a la Coalición Cívica?

—Yo nunca dije eso. Cuando digo de hacer grandes políticas de Estado, nunca le dije nada a Macri. Sí a De Narváez, porque todo lo comentamos con una parte del Peronismo Federal, y porque él no tiene ninguna definición profunda. Por ahí toma distancia de las candidaturas nacionales, no tiene una consolidación. No he hablado de un frente, sino de ver en cada distrito la mejor de las compatibilidades, el mejor trabajo que se ha hecho en el Congreso, y buscar. En Mendoza fuimos con gente del peronismo, con Toma, que es del Peronismo Federal.

—¿Pino Solanas se presentará como candidato para jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires?

—Creo que hay mucha gente que se lo está pidiendo, pero él ha armado muchos distritos y se lo van a reclamar. Si hay un acuerdo con Binner, que gana la interna y decide ir solo, puede representarlo a Pino Solanas que va para la Ciudad y hacer una serie de acuerdos. Ahí estaría Graciela Ocaña también, y Margarita Stolbizer, que es la más cercana ideológicamente a ese espectro.

—Y el radicalismo se quedaría solo.

—Tendría un escenario de bastante soledad. Es que se empezó al revés. Lo primero que tenemos que hacer son los planos. Después, ver los materiales para construir y establecer las condiciones para ver si es una o varias empresas. Después se presenta un director técnico. Esto es lo mismo. Primero, ver cómo ampliamos la plataforma para compatibilizar, porque no podemos pretender que el socialismo firme todo lo mismo. Y entre todos, ver quién puede representar mejor esa propuesta.

—Si Pino fuera como candidato a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ¿qué pasaría con PRO?

—Estoy convencido de que va a haber ballottage, se presente Pino Solanas o no, si Filmus es el candidato. El que más apoyo oficial tiene es Boudou, pero el de mejor imagen y mayor intención de voto es Filmus.

—¿Macri se va a presentar por la Ciudad?

—No creo que tenga ganas de presentarse después de la experiencia que ha tenido. Me imagino que estará evaluando. Creo que está más cercano a lograr un acuerdo con el Peronismo Federal, pero tiene problemas en muchos distritos, más de los que puede tener el radicalismo. Podría tener un acuerdo con De Narváez, que ya lo tuvo, y en Capital, seguramente, PRO hará una buena elección.

—Pero si perdiera, porque en un ballottage las posibilidades de PRO no son las mismas ¿su candidatura presidencial no queda totalmente dañada?

—Sí, queda afectada. Si uno no demuestra que gana en su territorio, es muy difícil que la sociedad crea que puede ganar en los otros. Es el mínimo respaldo que uno tiene que tener.

—¿Descuenta que la Presidenta vaya a ir por la reelección?

—Creo que no lo ha decidido. Todavía lo debe estar pensando. También hay que ver las relaciones personales, familiares, el pedido de sus allegados y las chances que tiene ahora. Debe estar en un dilema.

—¿Qué reflexión le merece que los candidatos de los dos partidos más tradicionales hayan multiplicado su intención de voto tras la muerte del marido, en un caso, y del padre, en el otro?

—La sociedad se conmueve por hechos traumáticos. Lo del campo fue un hecho traumático que puso en vilo a la sociedad, por eso, quizás, uno adquirió notoriedad esa noche. La muerte de Alfonsín conmovió a la sociedad. Lo de Kirchner sorprendió porque nadie lo esperaba. Los hechos políticos que más conmueven a la sociedad son los traumáticos. Lo que tiene que ver con iniciativas políticas, con que uno hace una buena gestión, una buena obra, poco se pondera; la sociedad no se conmueve por eso. Sin duda, el escenario político cambió con estas dos muertes.

—Pino Solanas dijo: “Hay que morirse para que a uno lo voten”. ¿Hay algo de razón en esa ironía?

—Sí. No hay niño feo ni muerto malo, dicen.

—Cuando la semana pasada, Macri primero y Duhalde después, plantearon un hiperfrente, ¿precipitaron que el radicalismo proclamara la candidatura de Alfonsín para buscar alianzas con “fuerzas políticas afines, democráticas y progresistas”?

—No. Yo creo que la precipitó la decisión de Sanz al retirarse. No creo que tenga nada que ver con eso.

—La preinterna era el 30 de abril, ¿por qué antes se podía esperar hasta esa fecha?

—Sí, bueno, querían adelantarse porque le recuerdo que otro de los argumentos era que había que tener el candidato antes para así recorrer el país, para así no sé qué cosa. Lo podríamos haber elegido antes siguiendo lo que habíamos acordado.

—¿Puede el apuro haber obedecido al temor de ver que Pino Solanas les cooptara a Binner?

—Puede ser también eso, puede ser. Pero Binner no puede tomar ninguna decisión. Si se hubiera puesto al margen de la interna (N.d.R.: ver página 4), pero su decisión va a estar de acuerdo con el resultado de las elecciones. Que venga Carrió, que venga Binner, Margarita… sentémonos todos y pongámonos de acuerdo. Incluso López Murphy vino a plantearme lo mismo. Pero lo cierto es que la decisión de Binner estará de acuerdo con los resultados de la interna. El mismo lo ha dicho. Me lo comentó Giustiniani (Rubén) el otro día.

—Sanz insiste en presentarse en las primarias de agosto. ¿Cree que será posible?

—Con Sanz es más difícil todavía la situación que conmigo. ¿Cuál es el problema que tiene? Sanz quería tener el candidato del partido antes, es el que propició, junto con Morales, esta interna, no sé si para dejarlo a Cobos a un costado. El partido del que él es el presidente ya definió un candidato, ¿no? La verdad, genera una situación un tanto incómoda. Más incómoda que la mía. No sé qué estará evaluando ahora.

—¿Habrá verdaderas y competitivas primarias en agosto si la Presidenta va por el oficialismo, Alfonsín ya es proclamado por el radicalismo y Macri por PRO?

—Nos perderíamos una buena oportunidad de ejercicio democrático. Está la ley y habrá que cumplirla.

—Sorprendió que Saadi, en Catamarca, y Menem, en La Rioja, se aliaran al kirchnerismo. ¿El peronismo gana elecciones porque puede más fácilmente que el radicalismo sumar por derecha y por izquierda, mientras que el radicalismo se va más para un lado o para el otro, pero no en ambas direcciones a la vez?

—Es cierto. El PJ es un partido con vocación de poder. ¿Usted escuchó que hayan suspendido o sancionado a Duhalde, o a algún dirigente del peronismo? El radicalismo, a la menor cosa, expulsa del partido. Es un partido difícil de entender. Hay muchas zonas grises, donde tenemos que discutir y ver qué entendemos por socialismo, por democracia social, por progresismo. Las cosas han cambiado.

—¿Qué entiende usted por progresismo?

—Un ejemplo: las instalaciones del ejército están ociosas, tenemos los chicos en la calle, no tenemos la cantidad de escuelas necesarias para que los chicos puedan aprender. Se aprobó, lo presentó Sanz, pero después no se animaban a opinar. Cuando Fidel Castro hace la revolución cubana, tenía el 80% de analfabetismo; convocó a maestros, ¿y sabe adónde los puso? En el ejército, porque no tenían escuelas, y sacó a los soldados a dormir en carpas. Nosotros tenemos tanto problema en el radicalismo: “Y qué van a decir”. Eso es lo que nos hace no llegar a gobernar.

—¿El radicalismo se conforma con volver a ser el partido del 20%?

—Espero que no, espero que estemos a tiempo. Con el voto radical de Cobos, con el fallecimiento de Alfonsín, creo que el radicalismo encontró una manera de que, por lo menos, la sociedad lo volviera a mirar, y creo que nos sigue mirando. Tenemos que ver los pasos que no hemos dado y que se han perdido detrás de nosotros.

—Se le atribuye haber dicho: “Así, salimos terceros”.

—No quiero ser yo hipócrita. Así podemos salir terceros, pero vamos a trabajar para que así no sea.

—¿Alfonsín le puede ganar a Cristina Kirchner?

—Con mucho esfuerzo. Lo que tiene que hacer Alfonsín ahora es encontrar los ejes que quiere escuchar la ciudadanía. Porque él se concentra mucho en cosas que ha hecho el kirchnerismo, y la gente no quiere votar algo que ya, de alguna manera, lo tiene garantizado con el gobierno actual. Tiene que mostrar una diferencia en ese sentido. No puede hacer mucho porque la gente asocia, digamos, en una campaña no más de tres cosas. Me parece a mí que, a los efectos prácticos, tenemos que encontrar el eje en algunos temas que impacten a la ciudadanía.

—Con el radicalismo orientado a la centroizquierda, y, eventualmente, por separado en la misma dirección el GEN, Proyecto Sur y la Coalición Cívica, además del Frente para la Victoria, ¿queda la centroderecha vacía o con candidatos como Macri o Duhalde, con un alto índice de rechazo en grandes sectores de la sociedad?

—Sí, es así. Y los valores que tiene el radicalismo para competir son institucionalidad, su forma de hacer distintas las cosas. No sé si la ciudadanía pondera de alguna manera esto. Entonces, se hace muy difícil encontrar un escenario que la distinga. Por eso, el radicalismo tiene otra idea y siempre intentó representar a la clase media. Y bueno, por ahí esa es la ventaja que puede tener, pero hay que orientarlos hacia la clase media también.

—¿Usted propone integrar ambos polos?

—Exactamente, actuar con transversalidad.

—¿Se apuró usted en bajarse sin que siquiera esté confirmado que Cristina vaya por la reelección?

—No, porque a mí las cosas me gustan claras. Decían: “Cobos no se defiende”. Y el que se tiene que defender es el radicalismo, no Cobos. Si proclamaban como candidato a Julio Cobos, ¿cómo se sentiría Ricardo Alfonsín? La verdad, esta es una situación incómoda.

—¿Por qué dijo que el radicalismo lo trata como un kelper? ¿Porque lo consideran un doble traidor: del radicalismo y del kirchnerismo?

—Los radicales han tolerado muchas otras cosas. Es un problema del radicalismo que cuando ve que alguien sobresale trata de contrarrestar para que no genere demasiado poder.

—Que haya anunciado que desistía de su candidatura el mismo día que el radicalismo proclamaba la de Alfonsín, ¿fue para hacer aún más manifiesto su disgusto?

—No. Sabía que me lo iban a estar preguntando: justo ese día. El periodismo me iba a pedir mi opinión, ¿y qué le iba a decir? ¿Qué estoy reflexionando? Y si no lo hacía, me iban a decir por qué no lo dije en forma inmediata. Fue para decirlo en el momento que más lo consideré. ¿Qué iba a esperar? ¿Para qué? ¿Lo voy a rever? Si sé que no lo vamos a reconsiderar. Ya está el candidato, ahora a terminar la propuesta, los acuerdos.

—¿Les cree a los seguidores de Sanz cuando dicen que Alfonsín habría recibido ayuda desde el Gobierno?

—No. Yo no voy a opinar de eso. No nos hace bien que entremos en ese tipo de cosas.

—¿Se podría decir que en el radicalismo había dos proyectos y ganó el del alfonsinismo?

—Puede ser. Ganó el de Alfonsín. No quiero decir más para no complicar más las cosas.

—Otro político con la enorme fortuna política que usted tuvo hace tres años, ¿hubiera construido mucho más con otros métodos?

—A lo mejor. Pero en el radicalismo, la verdad, no me sentí muy protegido. Parece que le costaba salir en defensa de Cobos.

—¿Por qué?

—Creería que iban a tomar represalias con algunos de los que nos habíamos enfrentado. No soy rencoroso, siempre miré para adelante, por ahí demasiado para adelante. Pero bueno, eso repercute en los partidos políticos y en el radicalismo en particular.

—Hoy el campo, o una parte significativa de él, ¿volverá a votar por Cristina Kirchner?

—La situación está bien en el tema del campo, pero hacen falta planes estratégicos. Creo que hay un sector que, por más que le ofrezcan un montón de cosas, ha quedado con ese dolor de haber sido no bien tratado en su oportunidad. Pero hay otros sectores que, bueno, el tiempo pasa, y si no hay otra opción, la puede acompañar.

—Néstor Kirchner decía que nadie debía ser presidente sin tener la posibilidad de ser reelecto, porque al día siguiente de asumir comenzaría su sucesión. ¿Pesó en su decisión de no presentarse, o en la de los radicales de preferir a Alfonsín, que usted no pudiera ser reelecto porque ya cumplió un mandato ejecutivo como vicepresidente?

—No. Eso lo tendrían que haber pensado como una ventaja, ¿no? Y aparte, Cobos viene con la cultura de Mendoza, donde son cuatro años y nada más. Estamos acostumbrados a hacer todo lo que se puede en cuatro años.

“Kirchner me dijo: no quiero ser el ala izquierda del PJ”

—Usted quiso ir al velorio de Néstor Kirchner y le recomendaron que no fuera. ¿Qué sintió en ese momento?

—Nada, la verdad, aunque con Kirchner uno compartió muchos momentos. Es entendible, en las circunstancias, cómo se planteó eso. El doctor Duhalde debe haber sentido lo mismo que yo.

—El odio de los kirchneristas hacia usted se reavivó con la muerte de Kirchner. Lo hacían a usted responsable de su mayor disgusto e, indirectamente, responsable de su muerte.

—Fue totalmente distinto de lo que fue el velorio del doctor Alfonsín, lleno de paz.

—¿Tuvo miedo?

—No, uno más se fija en los sentimientos de su familia, y a ellos les cuesta entender estas cosas. Ninguno nació con el padre político. Comencé con la función pública cuando ellos estaban en la secundaria. Cuando uno tiene el padre de profesión política, está más preparado, pero ya están acorazados.

—¿Está frustrado?

—Uno, cuando es ciudadano, piensa qué difíciles están las cosas. A medida que va escalando posiciones, desde la universidad hasta ahora como vicepresidente, y ve el desarrollo del país y las instituciones, lo que da bronca y pena son los obstáculos que genera la propia política. Nos la pasamos resolviendo los problemas de la política en vez de resolver los problemas de la gente. Son las cosas tan sencillas por hacer para que este país sea más que Brasil o que Chile, en el buen sentido. Tenemos posibilidades únicas, con las riquezas materiales, las riquezas culturales que se perdieron, la educación que se puede recuperar, que se podría estar mucho mejor. Esa es la desazón que uno siente: sería tan fácil corregir las cosas y atraer inversiones. Es sencillo ponerse de acuerdo, pero no hay voluntad. Da desazón no poder lograr acuerdos para que todos rememos para el mismo lado.

—¿En qué es distinto el kirchnerismo actual de aquel que integró en 2007?

—Veníamos de un gobierno sin ley, de una crisis económica grande, y todo se justificaba. Cuando Kirchner tomaba una decisión, como la gente había confiado en que había una salida de la crisis, la aceptaba aunque fuera equivocada, y se tomaban actitudes muy unilaterales, no se consultaba. Cuando uno está en una crisis, la gente admite todo, no pide, no reclama, pero es mejor manejarse así en un momento de crisis. Cuando ya se entra en otra etapa, comienzan a aflorar otras cuestiones que no tienen que ver sólo con lo económico, por eso era una etapa de mayor institucionalidad, por eso fueron a buscar un radical. Era una etapa de acuerdos, y, en realidad, nada cambió. La misma cosa, en distintas circunstancias y tiempos, suena distinta.

—¿Alberto Fernández fue quien hizo de puente con Kirchner?

—Fue él quien me convenció, el que insistió. El me decía: “Julio, acompañanos, el país está en una etapa de crecimiento”. Le dije: “Voy a colaborar porque entiendo el esfuerzo”. Creo que lo hizo con buena fe y convicción en la Concertación. Eramos cinco gobernadores, muchísimos intendentes. Todos fuimos de buena fe para hacer algo distinto.

—El Gobierno perdió a Alberto Fernández en la crisis del campo. Antes había perdido a Lavagna, y no perdieron a Scioli por su extrema tolerancia. ¿El kirchnerismo, a medida que fue ganando, se fue encerrando en los más incondicionales?

—Sí. Hoy está encerrado en el kirchnerismo, y el peronismo está un poco ajeno a eso. Kirchner me decía: “Yo no quiero ser el ala izquierda del peronismo, quiero liderar algo más amplio, pero esto es lo que necesitamos hacer”. Esta era la idea de la Concertación. Cuando decidió regresar al Partido Justicialista, nos sentimos todos descolocados. Entendíamos que había que hacer fuertes los partidos políticos, pero no liderarlos, porque eso nos dejaba un poco descolocados a los que habíamos tomado esta decisión.

—En su libro “Eva Perón, una biografía política”, el historiador italiano Loris Zanatta (ver página 62) analiza la influencia negativa que en el gobierno de Perón tuvo Eva Perón, quien poco a poco habría ido eyectando a los ministros y funcionarios más sólidos, quedándose con los incondicionales. ¿Se observa ahora una lógica del poder similar?

—Le llaman la soledad del poder. Cuando yo planteaba algo que había propuesto y todos me decían que sí, me empezaba a preocupar. Prefiero a alguien diciendo que no, en vez de decir que sí por miedo a quedar mal o perder la relación. Cuando uno está en el poder, no debe aislarse de la realidad, y para eso es bueno tener una pluralidad de opiniones y diferencias. Con Alberto Fernández me llevaba muy bien porque él era un administrador de todas las opiniones y, por lo menos, intentaba transmitirlas.

—La profundización del modelo ¿es un slogan o sucedería si la Presidenta fuera reelecta?

—Yo creo que este es un modelo de formas. El modelo de crecimiento está, pero tiene que ser acompañado por una distribución de la riqueza. Para achicar la brecha, lo que veo es que hay que cambiar el modelo por más apertura.

“Ser vicepresidente y ser ministro es totalmente distinto”

—¿A qué atribuye que la sociedad que hace más de dos años lo premió eligiéndolo como el político con mejor imagen positiva le fuera retirando ese apoyo?

—Las circunstancias han producido que no pueda mostrar todo lo que podía brindar desde el rol de vicepresidente. Con la única idea de cumplir con el mandato constitucional, he tenido las actitudes más prudentes de acuerdo con las circunstancias, y quizás eso haya contribuido a que perdiera los espacios políticos en los escenarios en que la sociedad va siguiendo el comportamiento, las decisiones y la acción de cada uno de nosotros.

—¿Hay algo que no hizo?

—No, intenté todo. Recuperé el diálogo con la Presidenta en la semana siguiente del conflicto con el campo, e hice todo mi esfuerzo para, con el margen producido desde mis responsabilidades, dirigir el Senado de la mejor manera.

—Si hubiera renunciado como vicepresidente e intentado conducir al radicalismo, ¿la historia habría sido diferente?

—Seguramente, pero no habría estado satisfecho de no haber concluido mi mandato. Mi primera responsabilidad es cumplir con la función de vicepresidente, no con alguna candidatura, y la sociedad mendocina lo entendió así. En las elecciones pasadas, en 2009, con la campaña al hombro, transmitimos este mensaje, y nos apoyó como en la anterior, manteniendo los mismos principios, las mismas posturas, la misma pluralidad, llevando hombres del peronismo en el Frente Cívico, y ganamos por 25 puntos. Y no es una encuesta: fue el resultado concreto de la votación de la gente.

—¿Da a entender que imitó a Raúl Alfonsín, quien priorizó terminar su mandato a lo que pudiera ser conveniente para su carrera política posterior?

—Así es. Poco sabía en qué circunstancias se iba a volver a necesitar mi intervención si se planteaba un momento similar, y ahí iba a estar mediando como en el tema del campo, que no era un tema económico, sino un tema social: la paz social.

—¿Qué hizo mal y le gustaría haberlo hecho diferente?

—Me preguntan a veces: “¿Está arrepentido?”. Es muy difícil tomar una postura ya en función de lo que pasó, pero soy agradecido por las oportunidades que me dieron este país y su gente. Me siento honrado con haber sido, y seguir siendo, el vicepresidente de la Nación, pero se merece un replanteo la figura del vicepresidente. Muchos tuvieron una actitud sumisa, se tuvieron que ir, no pudieron pensar distinto, y esto no debe ser porque es un cargo elegido, es un cargo por mandato popular, no es por elección de alguien, como puede ser un ministro. El vicepresidente y el ministro son totalmente distintos. Por eso no se entiende, y menos se entiende porque uno viene de otro espacio político. Nos falta madurez para llevar adelante un frente de concertación, como fue el caso de Chile, cuando triunfó el socialismo, y la democracia cristiana se unió a otras fuerzas para emprender gobiernos con verdaderas políticas de Estado.

—Por su experiencia, ¿sería recomendable que en el futuro el vicepresidente no fuera de un signo político distinto al del presidente?

—Cuando había colegio electoral, se elegía presidente y vice, y a veces el cargo de vicepresidente era el premio consuelo. Perón, cuando falleció su vicepresidente, llamó a elecciones, y radicales se postularon para el cargo. Después, eso quedó trunco. Hay que ver un poco en la historia. Hay que ver cómo funcionan la mayoría de los sistemas parlamentarios, donde el presidente y el primer ministro perfectamente pueden ser de distinto signo político. Lo que pasa es que tiene que haber una vocación de trabajo, de consenso, de sentido común, de racionalidad, de políticas de Estado… Ese es un proceso estructural y todavía no estamos a la altura de las circunstancias. Y a lo mejor nos hace bien.

—Pero en los países presidencialistas, como Estados Unidos, el presidente de un partido y el vicepresidente de otro es inusual.

—Tendría que haber una comprensión y un trato de respeto mutuo, porque, si no, que sea elegido directamente por el Senado, para que pueda ser cambiado año tras año, o ratificado, y si uno no está de acuerdo, retorna a su banca, pero no se siente con el compromiso ciudadano, como me he sentido yo, de permanecer, cuando afuera me habría ahorrado disgustos míos y de mi familia. Pero en estas circunstancias, no sé cuál podría ser el camino. Lo que digo es que tiene que haber una relación muy madura y de mucha confianza, como la tuve yo con mi vicegobernador, pero dándole el espacio que corresponde. Cuando mi vicegobernador me decía: “Julio, esto no sale”, yo le contestaba: “Buscá la forma y aceptá las modificaciones que sean necesarias para que salga”.

—Usted tuvo un capital político nunca antes producido en tan poco tiempo. ¿El temor a perderlo lo hizo conservador e inactivo?

—Pienso que ha durado bastante. Yo soy un hombre que anda por la calle, que sale con su familia, que va al cine, y la verdad es que percibo respeto y un reconocimiento.

—¿También fuera de Mendoza?

—Acá soy una figura más familiar, a la que ya estaban acostumbrados los mendocinos. La gente se sorprende cuando lo ve a uno como un ciudadano más, haciendo cualquier actividad. Así somos los provincianos, y eso uno no lo pierde.

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